La Fundación Vive Peninsular, bajo la dirección de Juan Manuel Ponce Díaz, continúa consolidando su compromiso con el desarrollo social y cultural a través de una apuesta clara: las sedes culturales como epicentros de intercambio, convivencia y transformación comunitaria. Estos espacios no solo promueven el acceso a la cultura, sino que funcionan como puntos de encuentro donde nacen ideas, se fortalecen vínculos y se impulsa la participación ciudadana
«Entendemos la cultura no como algo exclusivo ni alejado de la realidad cotidiana, sino como un lenguaje común que puede unirnos, inspirarnos y movilizarnos hacia un bien colectivo», afirma Juan Manuel Ponce Díaz. Las sedes culturales de Vive Peninsular han sido concebidas con esa visión, como espacios accesibles, inclusivos y vivos, que responden a las necesidades específicas de cada comunidad.
En estos centros, se desarrollan actividades que van desde talleres artísticos, cine comunitario y ferias del libro, hasta programas de formación y exposiciones con temáticas sociales. Todo ello con un objetivo claro: acercar la cultura a todos los sectores de la población, especialmente a aquellos que históricamente han tenido menos acceso a ella.
«La cultura no solo entretiene o educa. Tiene el poder de transformar. Y por eso, nuestras sedes son mucho más que edificios; son motores de cambio social», destaca Ponce Díaz. La experiencia ha demostrado que estos espacios pueden ser claves para combatir la exclusión, promover la cohesión social y generar oportunidades de desarrollo, especialmente en contextos con altos niveles de vulnerabilidad.
Uno de los principales diferenciales de estas sedes es su fuerte vínculo con la comunidad. Desde su diseño hasta su programación, todo se realiza con participación activa de vecinos, artistas locales, colectivos culturales y autoridades municipales. «No se trata de imponer una agenda, sino de construirla juntos, con respeto a la identidad local y fomentando el diálogo», explica Ponce Díaz.
A lo largo de los años, Vive Peninsular ha observado cómo estas iniciativas generan un efecto multiplicador: jóvenes que descubren su vocación, adultos mayores que vuelven a sentirse útiles, mujeres que se empoderan a través del arte. «Las historias que nacen en nuestras sedes son prueba de que cuando apostamos por la cultura, apostamos por una sociedad más humana», concluye.
Con una visión a largo plazo, la Fundación planea seguir expandiendo su red de sedes culturales en la península, convencida de que cada nuevo espacio es una oportunidad para construir comunidad, tender puentes y seguir apostando por el poder transformador de la cultura.